Tolerancia y buen corazón

Estuve leyendo un libro de Tenzin Gyatso, más conocido como el XIV Dalai Lama, en el que afirmaba que el mundo actual requiere de mujeres y hombres tolerantes y de buen corazón, definiendo el “buen corazón” como el corazón compasivo. Esto me hizo pensar un poco desde el otro lado del diván.

Yo mismo he tenido problemas con la palabra compasión. Pienso que coloquialmente se confunde con pena. Tener o sentir compasión por alguien es interpretado como tener pena por esa persona. Tenzin Gyatso dice que nada es más lejano de la realidad ya que la compasión es hija de la comprensión ¿de qué? del estado emocional del otro. La compasión es activa porque nos lleva a buscar entendimiento y hasta a la acción de aliviar ese estado emocional. El buen corazón entonces, el corazón compasivo, es el que es capaz de entender el sufrimiento de los demás y, de ser necesario, hacer algo por ayudarle a enfrentar ese sufrimiento. La palabra clave es eso de “entender”. Exige algo más que el sentido común. Algunas veces exige algo de ciencia y casi siempre exige mucho de eso que llaman “inteligencia emocional”.

Por ejemplo ¿cómo podemos sentir compasión por alguien que nos hace daño? ¿cómo una esposa puede sentir compasión por un marido que la denigra? ¿cómo un marido puede cambiar su frustración en compasión por una esposa que no desea tener aspiraciones en la vida? ¿cómo un hijo puede sentir compasión por un padre que es infiel a su esposa? La respuesta: sólo a través del entendimiento. Del entendimiento del estado emocional de estas personas y del sufrimiento que buscan evitar con tales conductas. Sólo así podremos estar preparados para ayudarlos o poner los límites adecuados sin ningún tipo de rencor, si es necesario.

En este punto no puedo evitar pensar en mi trabajo como terapeuta. Es exactamente eso mismo. Quizá estoy descubriendo que ser terapeuta no es otra cosa que tener un corazón compasivo, compasivo pero inteligente y que trate de ayudar a los pacientes a encontrar el camino del re-descubrimiento de la compasión, sobre todo de la compasión hacia sí mismos.

En cuanto a la tolerancia, quizá debamos admitir que en el mundo actual es algo que hace mucha falta. Los ricos no toleran a los pobres, los flacos a los gordos, los straights a los gays, las mujeres a los hombres, los hombres a las mujeres que piensan, los blancos a los negros y, en general, nos toleramos poco a nosotros mismos.

A veces pienso que existen dos tipos básicos de intolerancia: a la angustia y a la frustración. La primera es la que nos hace intolerantes a las diferencias, es decir, la angustia que sentimos ante las diferencias (quizá por el miedo a reconocer partes nuestras reflejadas en los demás) y el deseo de evitarla a toda costa es lo que nos hace intolerantes. La otra, es la que nos hace reaccionar mal ante nuestras propias frustraciones e impotencias.

Pienso que vivimos evitando el displacer y buscando sólo el placer. Bion, el psicoanalista inglés, decía que sin embargo tolerar la frustración era lo que nos hacía más seres pensantes. Me pregunto si no tendríamos que acostumbrarnos a un cierto nivel de frustración que, de manera sana, nos haga mejores seres humanos.

Veo a mi alrededor y reconozco un mundo que se globaliza pero que no abre sus puertas a aceptar las diferencias entre todos. Las Iglesias se vuelven más fundamentalistas y menos tolerantes; generamos estándares de belleza de acuerdo a un patrón que imponemos universalmente para vivir la fantasía de eliminar las diferencias. Las parejas siguen buscando “almas gemelas” como una forma de ocultar sus defensas narcisistas que no es otra cosa que la negación de la angustia que nos causan las diferencias entre los seres amados.

¡Cuánta razón tiene el Dalai Lama! Quizá los terapeutas debamos también pensar en esto.

Comentarios

  1. Lindo! me gustó, gracias. Y a ver si el Osito feroz es más compasivo en su "cubil felino" después de leer esto.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El ¿loco?

Desde el otro lado del diván