La obligación de ser felices en el 2009 (y siempre)

Querida Kari,
No quería dejar pasar las fiestas de fin de año sin escribirte unas líneas. Tantas veces hemos hablado sobre el tema que hasta puede sonarte repetitivo, pero yo sé y tú sabes que con cada año también la vida se nos va yendo y con ella van pasando también todas las oportunidades que nos han tocado a la puerta.

¿Recuerdas esa peli que vimos? Esa de los dos amigos en que uno de ellos estaba escribiendo su libro de autoayuda. ¿Recuerdas lo que le decía al otro? “En mi libro pongo que cada día es una nueva oportunidad, pero yo sé que esas son puras boludeces de los libros de autoayuda. La verdad es que las verdaderas oportunidades se nos presentan sólo uno o dos veces en toda la vida”. ¿Recuerdas? Yo no sé si será verdad, pero por si acaso he decidido de ahora en adelante estar siempre atento para que cuando lleguen no vaya a perdérmelas.

Constantino Carvallo, el recordado fundador de los Reyes Rojos, les decía siempre a sus alumnos de 5to. de secundaria que no olvidaran que ser felices no sólo es un derecho sino que, por sobre todas las cosas, es una obligación. Y eso es lo que siempre te digo porque es mucho más difícil verlo de esta manera. Como derecho, la felicidad puede confundirse con una espera pasiva pero como obligación definitivamente se convierte en el arte de vivir la vida con pasión.

Yo también, Kari, acompañando a mis pacientes en su lucha contra la neurosis, aprendí que ésta -la neurosis- es esa parte de nosotros mismos que siempre se opone a nuestra felicidad. No nos damos cuenta pero allí está, dentro de nosotros, complotando sorda e inconsciente, pero nunca muda. Comprometerse con la felicidad, en el sentido que decía Constantino es, para mí, enfrentar nuestras propias neurosis con valentía.

Este fin de año se me viene a la cabeza una escena del libro “Mal de Amores” de Angeles Mastreta. Es la parte en la que acaba de nacer Emilia, hija de Josefa y sobrina de Milagros, quien debía oficiar de madrina. Según el rito familiar Milagros debía recitar el conjuro que la convertiría en madrina de Emilia:

“Niña que duermes bajo la mirada de Dios, te deseo que no lo pierdas jamás, que vayas por la vida con la paciencia como tu mejor aliada, que conozcas el placer de la generosidad y la paz de los que no esperan nada, que entiendas tus pesares y sepas acompañar los ajenos. Te deseo una mirada limpia, una boca prudente, una nariz comprensiva, unos oídos incapaces de recordar la intriga, unas lágrimas precisas y atemperadas. Te deseo la fe en la vida eterna, y el sosiego que tal fe concede. Amén”.

Pero al terminar, con el permiso de Josefa, Milagros añadió su propio conjuro:

“Niña- dijo Milagros con la solemnidad de una sacerdotisa- yo te deseo la locura, el valor, los anhelos, la impaciencia. Te deseo la fortuna de los amores y el delirio de la soledad. Te deseo el gusto por los cometas, por el agua y los hombres. Te deseo la inteligencia y el ingenio. Te deseo una mirada curiosa, una nariz con memoria, una boca que sonría y maldiga con precisión divina, unas piernas que no envejezcan, un llanto que te devuelva la entereza. Te deseo el sentido del tiempo que tienen las estrellas, el temple de las hormigas, la duda de los templos. Te deseo la fe en los augurios, en la voz de los muertos, en la boca de los aventureros, en la paz de los hombres que olvidan su destino, en la fuerza de tus recuerdos y en el futuro como la promesa donde cabe todo lo que aún no te sucede. Amen”.

Creo que el conjuro de Milagros debiera convertirse en el augurio para empezar todos el nuevo año con optimismo y apostando por ser felices. Y en cuanto a mí en particular, añado al conjuro los deseos del viejo Borges y por eso te prometo que el próximo año no pretenderé ser perfecto, te prometo que viajaré más, que seré menos higiénico, comeré más helados y, por supuesto, tendré más problemas reales y menos problemas imaginarios.

Te propongo que el próximo año nos acompañemos mirando la vida desde la obligación de ser felices, seguros de que nuestra felicidad no es ajena a la felicidad de los demás. Por eso esta carta intenta también convencer a otros a hacerse cargo de la suya propia, de manera adulta, dejando atrás las neurosis, el narcisismo y las falsas máscaras. Regalando a los demás y no engordándose de los demás. Pues quisiéramos pensar también en la felicidad como una energía que fluye y que se va sumando a la de cada uno para hacer de este mundo un mejor lugar para todos.

Nunca mejor dicho, te deseo a tí y a todos un

¡FELIZ AÑO!

Comentarios

  1. Es medio día del 16 de abril, hago una pausa en el maremagnum de mi trabajo, pero almuerzo sobre mi escritorio, no vaya a ser que el jefe al que le estoy siguiendo la pista hace dos días aparezca en mi pantalla de correo o en mi teléfono. Sin embargo hoy decido comer escuchando a Los Angeles Negros y Los Pasteles verdes, pero además decido leerte y fue la mejor decisión del día!! Acabo leer esta carta tuya que le mandas a alguien como saludo de año nuevo y ha sido como baño refrescante en día de intenso calor, ha mejorado ese nudo doloroso que me acompaña hace varios días, me ha permitido respirar hondo y dejar que la magia de los conjuros que encontré en la carta me toquen, me acaricien, se instalen en mi cerebro y en mi corazón. Gracias querido Alberto, siempre querido.
    Carmen Vargas.

    ResponderEliminar
  2. Super, apenas empece a leer supe que lo que ya habia pensado y decidido para la vida esta bien, y de inmediato se lo envie a una amiga, esta hecho para ella y para todos y todas las personas, asi que no es un deseo es una obligación el ser felices. gracias amigo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Tolerancia y buen corazón

El ¿loco?

Desde el otro lado del diván