Adán y Eva (2da. Parte)

Varias personas que conozco me han hecho comentarios sobre el post de Adán y Eva. En realidad era una reflexión inicial y mientras más converso con amigos sobre el tema, más me doy cuenta de lo profundo de los contenidos del mito bíblico.

Según éste, Dios crea a la humanidad y, a pesar de hacer a los hombres y mujeres a su imagen y semejanza para que sean los señores de su creación, no les entrega el don de la conciencia de sí mismos. Sin embargo, les pone un reto: el no probar del árbol del “conocimiento del bien y el mal”. Por el nombre del árbol y su fruto, uno podría pensar que Dios quería mantenernos en la una especie de inocencia infantil, sin embargo, lo primero que sucede al probar Adán y Eva es que éstos toman consciencia de su desnudez, es decir, toman consciencia de sí mismos. Luego, casi de inmediato, empiezan a conocer que existen cosas buenas y cosas malas, descubren que existen unas cosas que son permitidas y otras que no lo son. Desde el punto de vista psicoanalítico, aparecen la culpa y la vergüenza, es decir, aparece el Super-Yo y, con él, la posibilidad de crecer de manera adulta.

Este hecho, en apariencia tan simple, es lo que ha permitido al ser humano generar tabúes, culturas, leyes, organizaciones sociales, etc., y con ello generar tecnología, ciencia, arte, filosofía, es decir, todo aquello que nos ha distinguido de los animales. Cosas que desde la desnudez de la inocencia inicial, casi animal, hubiera sido imposible.

Como en la película Matrix, Dios nos dio a escoger entre la pastilla azul y la pastilla roja: una nos despertaba del sueño y nos revelaba la realidad de las máquinas, y la otra nos devolvía a un sueño idílico pero irreal. En la película, al igual que Adán y Eva, el protagonista Neo también elige la realidad.

Pero toda realidad tiene un costo, y lo que nos dice el mito judío de la creación es que el costo fue la pérdida del paraíso, entendido éste como una vivencia idílica pero no-consciente. Con esta pérdida vino la madurez pero también el dolor. Es el precio que hasta hoy uno paga por aquello que llamamos consciencia. Crecer, madurar, es bueno y es a lo que estamos condenados porque voluntad propia desobedecimos a Dios. Sin embargo, madurar es también un compromiso con la verdad, con la forma de vida que llamamos “adulta”. Y este es un compromiso ineludible, más que con Dios, con nosotros mismos.



Comentarios

  1. Alberto:no sólo vino la culpa; de acuerdo a la tradición, vino la muerte física.

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